lunes, 1 de julio de 2013

La bestia del ego (1)

Llegué a desarrollar una capacidad neurótica impresionante, incluso estilizada. Un artífice de mi propia mentira, toda una enciclopedia de la infamia de mí mismo

Viajes fantásticos alrededor de mí, es decir, la mente narcisista me tenía psicológicamente demasiado ocupado. ¡Y yo que pensaba que estaba en la realidad!

De un proyecto literario a una fantasía sexual a un exabrupto político. Terminé como el monito loco del zoológico.

Así era feliz –o creía serlo—Así inventé la realidad de mi locura personal o la realidad personal de mi locura, da igual porque es lo mismo, quiero decir que mi mente era agua hirviendo.

Estuve dispuesto a morir por mi vida, ¿puede haber idiotez más patética? De hecho mi vida fue un suicidio tras otro como quien vive metaforizando el mundo y sin embargo odia las metáforas en la escritura.

Todo eso es el juego sucio –dramático o alegre-- del ego. Así surgió Jaad. Un personaje sobre otro personaje, un fantasma sobre otro fantasma, ¿o tal vez debo decir un ruido sobre la melodía del ser?

Porque hubo momentos en que me quedé solo conmigo mismo y me asomé al abismo que dentro de mi parecía insondable, un hueco por donde podía mirar la extrañeza de alguien parecido a mí, sus huellas transparentes y amorfas, cierta voracidad lúcida por desconocida y libre.

¿Quién era yo? Lo supe y olvidé. Tanto rodar para terminar en el mismo sitio, tanto huir de las palabras para concluir en la impotencia del lenguaje con que me nombraba a gritos. No había necesidad de vociferar ni siquiera de hablar.

Un día llegó Buda y me dijo:

--¿Quieres de verdad parar de una vez esta locura?

Y comenzó entonces la locura del ego espiritual.Pero esto es otra historia con sus anécdotas tan viles como cualquier otra.

Quien se adentra en el mundo termina devorado por el mundo. Quien se aventura en el espíritu termina devorado por la ausencia de espíritu.

En ambos mundos el ego tiende sus trampas, todas abyectas. El mundo tiene sus cárceles de promiscuidad y odio. El espíritu tiene prisiones de oro y falsedad.

¿No es cierto que de lo ridículo a lo sublime no hay más que un paso? Es el paso en falso del ego ilusorio que inventa la retahíla fantasiosa de un delirio alucinante: mi yo, mis creencias, mi libertad, mi patria, mi cultura, mi vida, mi muerte, y todo ese etcétera tan sofisticado de mentiras, tan hermoso de esclavitud.

Cuando bajé el fuego de las pasiones, de los deseos, de las ilusiones, el agua hirviendo de mi mente dejó de amenazar con desbordarse. Sólo así es que pude asomarme sin aspavientos para ver --como narciso envejecido-- mi rostro en la olla caliente donde cocía una sopa podrida.

Entonces comencé a reír.

Por fin era la risa de la cordura.

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