Y ahora pienso en la liberación y no en
la muerte. Pero, ¿qué es la
liberación sino un estado de locura controlada para estar lúcido en el momento
de la muerte?
Quiero decir, un verdadero practicante
del Dharma –de las enseñanzas de Buda—tiene que preparase para morir en
cualquier momento, y por esta razón hace la mejor práctica de todas: abandonar
el deseo por esta vida, o más bien, abandonar esta vida.
Hoy le expliqué a mi nieto el tiempo. A través de su propia historia personal de seis años le
conté lo que es el tiempo.
Creo que se acostó impresionado. Tal vez sea una muestra de
que sintió lo que es el tiempo, y sea
esa quizás la mejor forma de entender el concepto tan abstracto de la etiqueta:
los años y los días, es decir, de la
muerte.
Comenzó así:
--Un años tiene 365 días...tú, por ejemplo, naciste…
En realidad un niño necesita en algún momento experimentar
un atisbo de lo que es la impermanencia del mundo.
La impermanencia nos ubica en un centro ilusorio pero real.
Un centro de energía, que no puede ser tocado por las palabras porque está más
allá del tiempo o es el tiempo mismo, es la pura impermanencia segundo a
segundo. Pero no es algo intelectual sino que podemos sentirlo mientras
seguimos de manera atenta a la respiración y físicamente permanecemos
inmóviles, el mayor tiempo que podamos. Es decir tenemos que comenzar
aburriéndonos en un rincón sin hacer nada, sólo inmóviles y siguiendo la respiración.
Puedes ocupar el tiempo en pensar sólo en el amor y la compasión y en la
vacuidad del espacio y la inexistencia independiente de un yo concreto, eterno,
no sometido a la impermanencia. Y esa es la ilusión del yo que hay que
destruir. Entonces uno puede aferrarse a la vida abandonando el deseo de vivir.
¿Podemos considerar ese estado mental como un estado de
ecuanimidad y amor donde al abandonar el concepto rígido –en términos
psicológicos y emocionales, también intelectuales y morales-- que tenemos de
nuestro yo y del mundo que nos rodea, nos percatamos del sufrimiento del mundo
y de todos los seres, y pensamos en sacrificarnos por hacer felices a los
demás, a costa de nuestra felicidad personal, por supuesto?
En estos nueve años que he vivido entre Cuba y España; pero
sobre todo los últimos tres años en que dejé de ir a Cuba, me quedé sin papales
en España, viví al borde del desahucio, tuve varios rotundos fracasos amorosos,
y me convertí formalmente en budista laico, mi vida se ha vuelto inmensamente
feliz en medio de mi desastre personal.
Para colmó mi padre falleció en La Habana hace tres meses y
medio. Y he vivido este luto como un momento amargo pero profundamente lúcido
--de manera interna quiero decir--. Nunca antes en medio de mi nada material,
económica, legal, familiar, y personal, pude sentir una profunda paz y un amor
expansivo en mi corazón como lo siento ahora que todo lo he perdido.
En otro momento hubiese pensando en el suicidio, como tantas
veces ese deseo fantasmal me persiguió en mis pronunciadas y recurrente
depresiones, incluso hasta 2010, cuando perdí mi posibilidad de renovar mi
residencia comunitaria por estar en una de esas depresiones nefastas que me
sorprendía aun en plena madurez.
Y ahora pienso en la
liberación y no en la muerte. Pero, ¿qué es la liberación sino un estado de
locura controlada para estar lúcido en el momento de la muerte?
Quiero decir, un
verdadero practicante del Dharma –de las enseñanzas de Buda—tiene que preparase
para morir en cualquier momento, y por esta razón hace la mejor práctica de
todas: abandonar el deseo por esta vida, o más bien, abandonar esta vida.
Es la gran renuncia que nos permitirá sentir la gran
compasión. Esto, unido a una estable y profunda meditación unidireccional en el
espacio, nos permitirá avanzar en el camino gradual a la Iluminación.
Un solo atisbo de vacuidad hace temblar al samsara.