miércoles, 7 de agosto de 2013

La bestia del ego (4)




Y ahora pienso en la liberación y no en la muerte. Pero, ¿qué es la liberación sino un estado de locura controlada para estar lúcido en el momento de la muerte?

Quiero decir, un verdadero practicante del Dharma –de las enseñanzas de Buda—tiene que preparase para morir en cualquier momento, y por esta razón hace la mejor práctica de todas: abandonar el deseo por esta vida, o más bien, abandonar esta vida.




Hoy le expliqué a mi nieto el tiempo. A través de su propia historia personal de seis años le conté lo que es el tiempo.

Creo que se acostó impresionado. Tal vez sea una muestra de que sintió lo que es el tiempo, y sea esa quizás la mejor forma de entender el concepto tan abstracto de la etiqueta: los años y los días, es decir, de la muerte.

Comenzó así:

--Un años tiene 365 días...tú, por ejemplo, naciste…

En realidad un niño necesita en algún momento experimentar un atisbo de lo que es la impermanencia del mundo.

La impermanencia nos ubica en un centro ilusorio pero real. Un centro de energía, que no puede ser tocado por las palabras porque está más allá del tiempo o es el tiempo mismo, es la pura impermanencia segundo a segundo. Pero no es algo intelectual sino que podemos sentirlo mientras seguimos de manera atenta a la respiración y físicamente permanecemos inmóviles, el mayor tiempo que podamos. Es decir tenemos que comenzar aburriéndonos en un rincón sin hacer nada, sólo inmóviles y siguiendo la respiración. Puedes ocupar el tiempo en pensar sólo en el amor y la compasión y en la vacuidad del espacio y la inexistencia independiente de un yo concreto, eterno, no sometido a la impermanencia. Y esa es la ilusión del yo que hay que destruir. Entonces uno puede aferrarse a la vida abandonando el deseo de vivir.

¿Podemos considerar ese estado mental como un estado de ecuanimidad y amor donde al abandonar el concepto rígido –en términos psicológicos y emocionales, también intelectuales y morales-- que tenemos de nuestro yo y del mundo que nos rodea, nos percatamos del sufrimiento del mundo y de todos los seres, y pensamos en sacrificarnos por hacer felices a los demás, a costa de nuestra felicidad personal, por supuesto?

En estos nueve años que he vivido entre Cuba y España; pero sobre todo los últimos tres años en que dejé de ir a Cuba, me quedé sin papales en España, viví al borde del desahucio, tuve varios rotundos fracasos amorosos, y me convertí formalmente en budista laico, mi vida se ha vuelto inmensamente feliz en medio de mi desastre personal.

Para colmó mi padre falleció en La Habana hace tres meses y medio. Y he vivido este luto como un momento amargo pero profundamente lúcido --de manera interna quiero decir--. Nunca antes en medio de mi nada material, económica, legal, familiar, y personal, pude sentir una profunda paz y un amor expansivo en mi corazón como lo siento ahora que todo lo he perdido.

En otro momento hubiese pensando en el suicidio, como tantas veces ese deseo fantasmal me persiguió en mis pronunciadas y recurrente depresiones, incluso hasta 2010, cuando perdí mi posibilidad de renovar mi residencia comunitaria por estar en una de esas depresiones nefastas que me sorprendía aun en plena madurez.

Y ahora pienso en la liberación y no en la muerte. Pero, ¿qué es la liberación sino un estado de locura controlada para estar lúcido en el momento de la muerte?

Quiero decir, un verdadero practicante del Dharma –de las enseñanzas de Buda—tiene que preparase para morir en cualquier momento, y por esta razón hace la mejor práctica de todas: abandonar el deseo por esta vida, o más bien, abandonar esta vida.

Es la gran renuncia que nos permitirá sentir la gran compasión. Esto, unido a una estable y profunda meditación unidireccional en el espacio, nos permitirá avanzar en el camino gradual a la Iluminación.

Un solo atisbo de vacuidad hace temblar al samsara.

2 comentarios:

  1. y el tiempo de quien deja una tierra, por otra, otro idioma en outro nuevo... el tiempo de quien recomienza el minutero... 365 vidas completas.

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  2. El desarraigo --dejar atrás el país, la familia, la lengua, en fin "nuestro territorio"-- puede ser un gran golpe de suerte si creemos en la suerte, o un buen karma si creemos en el karma, o un paso en el vacío --el abismo como segunda oportunidad-- si no creemos en otra cosa que en la vida como incertidumbre y representación de esa incertidumbre.

    País, familia, lengua, nosotros, el "yo", no son más que ideas --conceptos-- y emociones --sentimientos--. Como tal, podemos siempre construir otros países, familias, lenguas, otros territorios y por supuesto, otros "yo".

    De hecho, un nuevo yo, y todos los yoes posibles son nuestra libertad potencial para transformarnos como seres humanos hasta el último minuto de nuestras vidas. Abiertos al devenir, a lo increado, a la mente aun no nacida...

    Un buda, sin embargo, sabe que todo lo anterior no son más que realidades relativas, transitorias, sin esencia alguna, y por ello mismo la renuncia a al "yo" y a cualquier otro territorio, es un gesto profundamente radical.

    Un abrazo, Demis. Gracias por opinar.







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