martes, 23 de julio de 2013

La bestia del ego (3)

Asumir una simple vida simple llena de gratitud y compasión. 

Y dentro de esa simpleza, vivir con sabiduría penetrante, intensa, siempre de cara a la intuición y no a los juicios y rodeos intelectuales de siempre --cargados de mala conciencia o conciencia reactiva--.

¿Es posible vivir de ese modo sin renunciar al día a día con sus obligaciones, lamentos, necesidades, compromisos, deberes, distracciones, placeres y sufrimientos?

Que no hay vida sin acción, me dije hace muchos años cuando vivía engañado por mis propias fantasías egocéntricas, con las insoportables y miserables proyecciones mentales del bla bla bla interior, de ese desierto que puede crecernos dentro rodeado de resentimientos, miedos, frivolidades de todo tipo, incluso, enmascaradas por las supuestas nobles ideas.

Pero sí, hay una vida activa, proactiva, creativa, salvaje y hasta sublime que a la vez puede ser una vida de la no-acción. Cuando vives concentrado en el aquí y ahora no tienes que actuar puesto que la no-acción es la profunda y verdadera acción --por estar motivada en aliviar el sufrimiento del mundo, al menos un poco y hasta donde pueda uno debido a sus propias limitaciones.

Vivir no centrado en uno mismo sino en los demás es la acción justa que se convierte en no-acción por no estar condicionada por las manipulaciones del ego.

La acción sólo tiene sentido liberador si está basada en la práctica del amor desinteresado. Llegar incluso al punto donde acción sea sinónimo de amor.

El egoísmo –la vida llena de miedos y apegos—es la fuerza que tira en dirección contraria. El egoísmo cuando no grita, es capaz de susurrarte los argumentos más abyectos con tal de que no despiertes a la vida espiritual.

Pero aspirar a una vida espiritual sin un buen adiestramiento de la mente, sin transformar nuestra mente ordinaria y miserable en una mente bondadosa y sabia, limpiarla de las excentricidades y la autoindulgencia, entre muchas otras engañifas, de nuestro ego, puede llevarnos a un error peligroso, a otra mentira para esconder nuestros dolores y frustraciones.

Puede uno llegar a creerse que vive verdaderamente lo espiritual cuando en realidad no está más que participando del materialismo mundano o espiritual con el casi todas las religiones y dogmas encierran al ser humano en un campo de concentración.

El ego ordinario se transforma en ego espiritual cuando no sabemos o no podemos transformar nuestra mente --la causante de nuestro verdadero sufrimiento-- en una mente más abierta, compasiva, paciente, alegre y concentrada en el presente --por tanto, en la vacuidad del tiempo, de la realidad, de los fenómenos, y en la vacuidad de la propia mente--.

Sin embargo, cualquier intento será fallido sino decidimos adoptar una vida ética basada en la no-violencia, el perdón, la paz, la reconciliación, el amor desinteresado y el altruismo.

No se trata de creer o no creer en Dios, Cristo, Mahoma, Buda, Brahma, Visnú, o cualquier otro dios, profeta, santo, ser iluminado etc, sino en amar al prójimo como a uno mismo.

Un simple vida simple basada en el buen corazón, el amor al prójimo, y la sabiduría que entiende la interdependencia de todo y de todos en el universo, y cuya inteligencia no se basa en la falsa dualidad, madre de todas las dicotomías, que da origen al odio y a las violencias de todo tipo.

Fugar, huir, romper con todo sistema de ideas y creencias --religiosas, ateas, anárquicas, escépticas, en fin, de cualquier tipo y seña-- que base sus argumentos en esa falsa dualidad ciega, ignorante que ha teñido de negro este hermoso mundo tan pasajero y lleno de colores.

Un mundo como un arco iris, un sueño, una ilusión que sin embargo hemos transformado en pesadilla.

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