¿Cuántas veces la mediocridad golpeó mi cabeza y me dejó inconsciente
pensando que el menor esfuerzo era el único esfuerzo que valía la pena? Quejas
y lamentaciones. Así supura la mediocridad.
Sin darme cuenta la mediocridad --y su miedo baboso-- fue comiendome las
entrañas. ¿En qué momento me dejé contaminar por el peor veneno para la moral
de un hombre?
¿Cuántas veces la ignorancia me quitó los ojos? Sin conocer la amplitud del
mundo y del corazón humano, me vi trastabillando a ciegas y cayendo en lo
abyecto.
Dominado por el odioso pasado y el miserable presente fui incapaz muchas
veces de alzar la frente y poner un ladrillo en la Catedral del
futuro.
Como muerto que cree vivir me convertí en mi propio fantasma.
A veces me avergüenzo, a veces me arrepiento, y me veo siempre como un
extraño. Extraño de mí. Pero esto no me exonera de las faltas o errores del
pasado.
El yo que soy aquí y ahora carga con un fardo que no le corresponde pero del cual es responsable.
Hoy veo pobreza donde antes imaginé riqueza.
Pero también –y sin embargo--he sentido la nobleza del corazón en la
práctica del amor desinteresado.
Así me han llegado a amar y así también llegué a amar. Pese a todo. Contra todo.
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